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Recreación de la sentencia del Ángel para el audiovisual Semana Santa Antigua. 1984. Foto Francisco Manuel Rodriguez Castela. Archivo JAAG
SUCEDIÓ HACE… (347): ¡Calla, boca infernal!

SUCEDIÓ HACE… (347): ¡Calla, boca infernal!

José Antonio Agúndez García

Malpartida de Cáceres

Miércoles, 31 de marzo 2021, 19:09

Dice un viejo dicho: «Malpartida, pueblo sin razón: púlpito sin paño y quiere sermón». Probablemente el adagio fue inventado por algún contrariado predicador al que se le pidió actuara gratis o consideró escaso el pago recibido por su oratoria y discurso. No sé si la generosidad primó tiempo ha entre nuestros antepasados, sabiendo que el vecindario lo componía en buena parte gente humilde y jornalera, pero lo que sí es cierto es que la población gustó mucho en el pasado de prédicas y sermones. Así dicen las fuentes orales y escritas que no había festividad o conmemoración religiosa que se preciara que no tuviese su predicador, servicios que desde tiempo inmemorial se abonaron en buena medida desde las propias arcas municipales. Es el caso de los once sermones de Cuaresma y los cuatro que se daban en Semana Santa, casi siempre impartidos por reverendos padres forasteros.

Representación de la sentencia de Pilato en un telón del antiguo Monumento. Foto Manuel Rodríguez 1984. Archivo JAAG

Como estamos en época propicia para ello, hablaremos hoy de los correspondientes a la Semana Mayor. Dado que antiguamente la celebración de los Divinos Oficios del Jueves y Viernes Santo era matutina, había tiempo en la tarde para asistir a procesiones y sermones. Uno de ellos era el Sermón del Mandato que en 1930 tuvo lugar a las tres de la tarde del Jueves Santo. Como su nombre indica, el tema principal de su exposición era el Mandato o instrucción que Cristo dio a sus discípulos a la finalización de su última cena: «amarse los unos a los otros como Yo os he amado». Otro de los muy célebres era el Sermón del Descendimiento o Desenclavación que se efectuaba con enorme seguimiento y expectación a las tres de la tarde del Viernes Santo. Y al regreso de la Soledad a su ermita en la misma tarde del Viernes Santo como era costumbre, se aprovechaba para predicar al aire libre, desde el púlpito existente junto a la capilla de la Virgen, un sermón para que el gentío que acompañó a la imagen «no se fuera ayuno».

Hoy nos referiremos con detenimiento al Sermón de Pasión que solía platicarse a la recogida de la procesión del Jueves Santo y en el que, por lo menos hasta los años veinte del pasado siglo, se incluyó la dramatización de las sentencias de Pilato y el Ángel. Las primeras noticias de su representación nos llegaron de boca de las mujeres de la calle Parras que entrevistamos con ocasión del audiovisual sobre la Semana Santa antigua que realizamos los hermanos Rodríguez Castela y el que esto escribe allá por 1984. La cosa era tal que así: en medio de sepulcral silencio iba el predicador desgranando paso a paso los hechos de la Pasión desde el púlpito de cantería que otrora existió junto a la Puerta Chica. Llegado el momento, un hombre con voz potente y clara que se hacía pasar por Pilato, intervenía desde el balcón del coro donde se sitúa el armónium, leyendo su sentencia. El texto original de la misma no nos ha llegado, pero según testimonios orales recogidos y el pasaje tomado del libro «Luz de la Fe» -vulgarmente conocido como «El Leto» que los fieles malpartideños escuchaban en la medianoche del Jueves Santo-, la sentencia de Pilato debía ser del tenor siguiente:

«Yo, Poncio Pilato, presidente de la Inferior Galilea, aquí en Jerusalén, juzgo y pronuncio sentencia y condeno a muerte a Jesús Nazareno, hombre sedicioso, contrario a la ley de nuestro Senado y del grande Emperador Tiberio César, y determino que su muerte sea en Cruz, fijado con dos clavos; porque aquí, juntando muchos pobres y ricos no ha cesado de mover tumultos y por toda Judea; haciéndose Hijo de Dios y Rey de Israel; y negando el tributo al César; …. Y mando, que con sus propias vestiduras para que de todos sea conocido, lo lleven por las calles de Jerusalén y en sus hombros le pongan la Cruz en la que ha de ser crucificado, para que de esta manera sea ejemplo de todas las gentes y malhechores. Mando también que a voz de pregonero sean publicadas las culpas de este Hombre y que sea llevado al Monte Calvario donde se ejecute mi sentencia, crucificándolo en medio de dos ladrones, y en lo alto de la Cruz sea puesto el título de su nombre en las tres lenguas, hebrea, griega y latina y diga de esta manera: «Jesús Nazareno, Rey de los Judíos» para que de todos sea conocido. Esta sentencia la firmé en el año de la creación del mundo cinco mil doscientos y treinta y tres, día veinticinco de Marzo».

No bien había acabado Pilato de pronunciar su sentencia, irrumpía el predicador con rotundas y enérgicas frases para reprocharle tan improcedente condena como la cobardía y abuso que cometía. -«¡Calla boca infernal, lengua sacrílega, juez malvado!», repetía a grandes voces incitando al auditorio reunido a increparle en la misma manera. Finalmente, el orador aquietaba la tensión remitiendo a la voz del Ángel. -«¡Escuchad, ahí está la boca del ángel que os dirá la verdad!». Entonces, un niño de tierna edad vestido de ángel, se encaramaba a las escaleras centrales del Monumento que presidía el altar mayor, y desde allí, cercano al tabernáculo donde descansa Cristo hecho Eucaristía en la noche del Jueves al Viernes Santo, exclamaba:

«Dios Padre, Rey de los reyes, Señor de los señores, dueño absoluto de todo cuanto en el mundo existe. Ordena, manda y dispone a su infinito Hijo Jesús, Dios como es, Hombre inocente, virtuoso y santo, (de su misma) presencia, sea enclavado en una Cruz y en ella muera. No por este motivo (los que había mencionado Pilato) sino por haber salido fiador y pagador) de todos los hombres. No pudiendo pagar (la deuda de Adán) por no tener con qué, dijo Dios: Que no pague el deudor y pague por ser Él fiador, y muera mi querido Hijo Jesús. Esta es la voluntad divina acordada en lo más alto del Cielo, en el consistorio de la Beatísima y Santísima Trinidad».

Como el Ángel portaba una banderita blanca, una vez terminaba su intervención la enarbolaba en forma de rúbrica, continuando luego el predicador el sermón hasta su finalización.

Indagando con motivo de este artículo hemos podido averiguar que un niño que personificó la figura del ángel allá por los años 10 del siglo XX fue Primitivo González González, quien realizó esta función cuando tenía entre 5 y 10 años. Precisamente uno de sus familiares, su hermana Isabel, es quien guarda escrita la «Sentencia del Ángel» que acabamos de reproducir más arriba y que, copiada de memoria en época posterior, quizás contenga pequeñas lagunas que hemos intentado salvar con los comentarios que aparecen entre paréntesis. Agradecemos a la Sra. Isabel González, a su sobrina Julia Granado y a Magdalena Casares la información dada al efecto.

No tenemos constancia por el momento de quien pudo haber representado a Pilato. Sin duda este artículo servirá para avivar recuerdos y tal vez alguien pueda ofrecer algún dato. El caso es que localizar a las personas que harían de Pilato y el Ángel era misión del Ayuntamiento. Esto lo sabemos por una carta de 1911 en el que el capellán Modesto Rodillo se ofrece al alcalde para predicar el Sermón de Pasión «conforme a las costumbres del pueblo… por lo que puede usted disponer como otros años quien lea la Sentencia de Pilato y el ángel del Huerto… todo como en años anteriores». Al decir en la misiva que se determinase «el Ángel del Huerto» nos ha hecho pensar que, como se hace en otros sitios de la geografía española, dicho sermón de Pasión pudiera haber incluido en alguna ocasión otra intervención llamada «La Confortación del Ángel», en la que también un niño consuela a Cristo y le anima a beber el cáliz de amargura que pasó en Getsemaní. Como se ha dicho, era el Ayuntamiento el encargado de agenciar las personas que harían la función, por lo que solía recompensarles con una gratificación. La aceptación del papel de Pilato tenía sus riesgos. Según nos consta por otras referencias, un año aceptó serlo un forastero, aunque sólo fuera por ganarse aquel pequeño ingreso extra. El caso es que le puso tanto entusiasmo a la lectura y causó tanta emoción en el público asistente que se vertieron sobre él mil insultos, improperios que continuaron tras finalizar el acto ya en la plaza al reconocer algunos la voz de Pilato, por lo que poco faltó para que fuera derecho al pilón.

Todavía en el libro de cultos de la parroquia de 1959 se habla que tras la Procesión del Jueves Santo de dispusiese el Sermón de Pasión o del Mandato, confundiendo ambos, yendo a menos la costumbre hasta desaparecer. Un trocito más de las cosas de Semana Santa.

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