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José Antonio Agúndez García
Malpartida de Cáceres
Martes, 22 de febrero 2022, 21:27
No había tocado aún hablar del callejero malpartideño, su origen y sus nombres. Sólo de manera puntual se hizo referencia al porqué de alguna de las denominaciones de nuestras calles ya la evolución y cambios que han sufrido a lo largo de los siglos, designaciones que en muchos casos se pierden en el misterio de los tiempos. Los nombres de las calles responden, particularmente, al momento en que nacieron y a la toponimia con que los malpartideños de antaño las conocieron, pues nadie mejor que la tradición y la voz popular para bautizar calles y callejas, barrios y arrabales donde moraban los vecinos y ejercían sus tareas. Lógicamente, el desarrollo urbano marcó la incorporación de nuevos nombres al callejero, respondiendo las sucesivas nominaciones a variadas causas: la presencia de elementos constructivos singulares en sus inmediaciones, las referencias religiosas, la alusión a lugares históricos o en homenaje a políticos, artistas o escritores, alusiones a oficios e industrias ejercidas por sus moradores, etc., etc. El repertorio de las calles malpartideñas más céntricas y tradicionales quedó fijado cuando a mediados del siglo XIX se procedió a su rotulación. Luego, el nombre de algunas de ellas se alteró para satisfacción de filias y regímenes políticos. Fue sólo a partir de los años ochenta y noventa del pasado siglo, tras la explosión urbanística de la localidad y la construcción de diversos barrios y urbanizaciones periféricas, cuando se restituyó el nombre tradicional a las vías que lo habían perdido y creció el listado para nombrar a otras nuevas. Dediquémonos, pues, a escudriñar hasta donde sabemos en el origen de las calles y sus nombres, y hagámoslo siguiendo el alfabeto.
La primera que nos sale al paso es la Calle Agapita, antes llamada 'Calleja de Agapita' por ser vía secundaria de traseras de las calles Santa Catalina y Camino Llano. Debido a su pendiente por la proximidad a la peña de la Iglesia se dispuso para salvarla un acerado sobre elevado de la calzada con un murete, que fue recorrido mil veces en sus juegos y recreos por los muchachos de las próximas escuelas de la Plazuela del Sol.
Desconocemos de dónde le viene el nombre, a no ser de alguna tía Agapita que habitó en ella en tiempos pretéritos, pues sin ser nombre común entre las malpartideñas algunas hubo. Ya en 1928 se la menciona como calleja en las actas de pleno con motivo de la protesta de sus vecinos ante el ayuntamiento por sus pésimas condiciones para el tránsito y por el estado insalubre y antihigiénico en el que se hallaba por la acumulación de estiércoles e inmundicias. Hoy, Agapita luce en todo su esplendor, pues en 2019 se acometieron importantes obras de mejoras en el saneamiento, asfaltado y acerado de esta calle.
Desde aquí nos encaminamos a la próxima Calle Alberca, de la cual poco se puede añadir a lo que ya se dijo en el artículo especial que le dedicamos en mayo de 2016 con ocasión de la inauguración de la importante remodelación urbanística que tuvo lugar en ella. Una calle, la Alberca, cuyas obras de ordenación y pavimentación se habían comenzado en 1995 en el tramo al Palomar y que fue tenida hasta entonces como periférica y de extramuros, respondiendo sus edificaciones a traseras de viviendas y pajares, siempre condicionada por un irregular trazado debido a sus particulares afloraciones graníticas.
Su nombre procede del árabe 'albírka', con el que se designa toda construcción excavada en la tierra o realizada en fábrica que sirve para almacenar agua, por lo que es lógico pensar que en algún momento de la historia hubiera una alberca en los alrededores de mencionada calle. Y agua no debió faltar en aquella zona a decir por las pendientes que origina su topografía cuyas aguas se dirigen a alimentar los dos regatos más singulares que atraviesan la población y que aunque hoy no los vemos siguen estando, canalizados, bajo nuestros pies. Actualmente nada queda de aquella vieja alberca ni tampoco memoria de un pozo donde, según dicen los documentos antiguos, abrevaban los ganados que por allí pasaban. Y es que conviene recordar que la Alberca sirvió, además, como colada o camino para el paso de los ganados trashumantes, lo que explica el excepcional ancho de la calle. De esta forma, la colada -o 'la colá'- de la Alberca fue la continuación de la vía pecuaria que accedía por San Juan y que transcurría por Sol y Fuente Santa. Ya reseñamos en el mencionado artículo, que fue una de las zonas más solicitadas por el vecindario para construir tinados y pajares a finales del XIX y principios del XX, y una de las más proclives a ser vigilada por estar apartada y a las afueras. De ahí que aquí se implantara un fielato o casilla donde se cobraban los impuestos de consumo y que, cuando el alumbrado escaseaba, fuera patrullada por rondas nocturnas de vecinos honrados, especialmente durante las fiestas del carnaval para evitar reuniones y encuentros amorosos 'inadecuados'.
Siguiendo el mismo orden toca el turno ahora a la Calle Almírez, una de las de más antiguas, principales y populares del callejero malpartideño. La historiadora Carmen Díez González en su libro 'Arte y desarrollo urbano de Malpartida de Cáceres' nos dice que en el siglo XVI se la conocía como Calle Real o Calle Real Pública y era entonces el eje vertebrador de la aldea. En aquellos lejanos tiempos, por medio de esta calle se enlazaban los edificios y espacios más significativos de la incipiente localidad: nacía en las proximidades del Palacio de Ovando ('Palacio caído'), pasaba por el Barrio Çorruno (Cerruna) y San Antón (donde gravitaban los principales centros administrativos –el pósito, la alhóndiga, la cárcel- y comerciales –mesón, horno, etc.-) e iba a dar a las inmediaciones del Palacio de Ribera y Espadero cuyos restos son los famosos 'Arcos de Santa Ana', trasladados hoy de su antiguo emplazamiento. Dispuso aquella antigua calle de puertas que se cerraban por las noches para proteger al vecindario y en ella vivía lo más granado de la localidad, como lo demuestra la 'casa del escudo' o de Francisco Hidalgo, por lo que en alguna documentación aparece como Calle de los Hidalgos. En el siglo XVII empezó a denominarse calle 'del Mire' o 'de Mire' -no sabemos muy bien el motivo-, quizás porque sirviera de mirador sobre la plaza de toros que se montaba en sus alrededores. Y en el XVIII su nombre ya se correspondía con el actual 'Almírez'. Sí, Almírez, puesto que aunque en castellano la palabra 'almirez' (mortero de metal) es aguda y no lleva tilde, los malpartideños de siempre han pronunciado el nombre de esta calle con el acento en la penúltima sílaba y por tanto, la escribimos acentuada, seguramente porque su denominación no provenga del utensilio doméstico sino de esa otra derivación. Como quiera que sea, el caso es que hacia 1850 fue la zona que más atraía para construir casas, especialmente en el tramo que va desde la Calle Nueva a la Carretera de Cáceres, lugar donde estaban el desaparecido Pozo del Cura y el lagar. Con el paso del tiempo, como el gusto es mudable, otras zonas coparon el interés y se hicieron más atrayentes para los vecinos, por lo que la actividad fue desplazándose poco a poco hacia la Plaza de los Arcos -Plaza Mayor-, la Iglesia, y la entrada de la carretera por Barrionuevo. De esta manera, si en otros siglos fue calle de hidalgos, ahora el vecindario de Almírez se pobló de familias de carboneros, piconeros, sandieros…-. Y por ello, siendo la calle fiel espejo de lo que había en las casas de sus moradores, no fue extraño encontrar a las puertas de las viviendas los sacos de picón y carbonilla, haces de escoba y tarama o montones de sandías y melones. De este modo, recordarán los mayores, que hubo una época en el que el humilde modo de vida de sus habitantes provocó un cierto desprecio y rechazo entre la gente que se creía de mejor condición social y habitaba en otros barrios, por lo que 'ser de la calle Almírez' fue una especie de injusto estigma sufrido por aquellos vecinos que no hacían sino buscar honradamente el jornal y ganarse el pan con el sudor de su frente, con el agravante de hacerlo en condiciones de auténtica penuria y abandono. En aquel estado –falta de acerado e iluminación, mal empedrado, etc.- andaba la calle aún en los años cincuenta del siglo XX, por lo que el comerciante Sr. Aurelio Sánchez, con establecimiento comercial abierto en la esquina a la calle Nueva, con dolor de su corazón, escribió una coplilla dirigida a las autoridades del momento para ver si fuera posible solucionar la desidia urbanística. Decía: 'La calle Almírez, señores,/se ha quejado y con razón:/¡Que arreglen los malos pasos,/que va a pasar la procesión!/ Si no la quieren arreglar,/¡yo no sé qué va a pasar!/¡Que alguna imagen divina/ al suelo se caerá!'.
Pero, nada, ni aun invocando motivos tan sagrados aquello parecía tener arreglo, y eso que al haberse instalado el Cine Morán en la esquina con Fajardo a finales de los cuarenta el tránsito de personas aumentó considerablemente. Más tarde, a partir de los años ochenta del pasado siglo, con la apertura de la Casa de Cultura en la próxima Cerruna, el trasiego de personas y coches que cruzaban para acceder a La Cañada, la construcción de las viviendas adosadas en los solares que ocuparon el cine de verano y el pajar de 'Jareque', el arreglo de los acerados ejecutados en el plan de obras municipales del año 2002-2003 y las mejoras en las condiciones de vida de sus vecinos que reformaron sus casas y adecentaron sus fachadas, dieron a la calle un nuevo semblante, convirtiéndola hoy en una de las más transitadas y animadas de la localidad.
(Continuará)
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