Borrar
Los miembros del Club La Paz de la Tercera Edad recrean la procesión de Änimas. 2018. Foto y Archivo JAAG
SUCEDIÓ HACE… (353): El Tío del Saco y familia

SUCEDIÓ HACE… (353): El Tío del Saco y familia

José Antonio Agúndez García

Malpartida de Cáceres

Viernes, 5 de noviembre 2021, 17:42

Necesitas ser suscriptor para acceder a esta funcionalidad.

Compartir

Estamos en fechas cercanas a los Santos y Día de Difuntos. En estos días, por vez primera, recibimos en casa la visita de unos niños disfrazados que al preguntarles qué querían dijeron: «Truco o trato». La verdad es que no he sabido cómo reaccionar. «¿Qué es eso?»-les he preguntado- y me han contestado: «Es Halloween y esperamos que nos dé algunos caramelos». Venían embadurnados de regueros de pintura roja en camisetas y cara. «Lo siento, -les he dicho-, yo celebro los Santos y desgraciadamente no hay niños en casa, por lo que no dispongo ahora de caramelos para dároslos». La verdad es que los hubieran merecido porque han sido la mar de comprensivos y educados: «No importa, señor, gracias abrir la puerta, es usted el primero que lo hace».

Sí, poco a poco se van imponiendo costumbres importadas en olvido de las propias. Una fiesta, la de Halloween, de disfraces, sustos y juegos de terror llena de personajes que nada nos dicen: zombies, niñas endemoniadas, payasos asesinos y toda una caterva por el estilo, la mayoría engendrada por el séptimo arte. Al hilo de esta progenie, no podemos olvidar que nuestra tradición también está llena de especímenes indeterminados y fantasmagóricos con que nuestros antepasados acostumbraron a meter miedo a los niños, -y aún a los mayores-, para intentar conducir a las pobres e inocentes almas «por el buen camino» de sus órdenes y deseos, para que no hicieran travesuras o evitasen a oscuros individuos o lugares peligrosos. Estos, los tradicionales, sí que daban miedo y no esas brujas con escoba y capirote o esos esqueletos vivientes.

Que un niño no quería comer, pues se llamaba al Coco; que algún infante protestaba para no ir a dormir, en la cama es donde no aparecía el Hombre del Saco; si no se quería que los chiquillos entrasen en algún cuarto, los remordimientos de conciencia por no haber obedecido hacían que vieses al Tío Camuñas; y para evitar que algún desprevenido se lo llevase la Mano Negra era obligatorio no asomarse a los pozos. Como puede observarse, toda una retahíla genealógica compuesta de seres reales o inventados que también tienen su razón de ser histórica. Acerquémonos hoy a ellos.

El Hombre del Saco y el Tío del Sebo o eran uno mismo o eran gemelos. Se representaban como hombretones fornidos, de mirada fría, que solían deambular al anochecer y que llevaban un saco en el que introducían a los niños que se retrasaban en el regreso a casa. Nadie les conocía pues eran transeúntes, gitanos la mayoría de las veces -dada la mala prensa que infelizmente tuvo durante décadas esta etnia-, que desaparecían una vez conseguido su botín. Por eso era obligatorio no hablar con desconocidos, dejarse convencer con golosinas, ni circular por caminos o lugares cercanos a la carretera. El porvenir de los niños así robados era terrible, según se contaba. Por muchos sitios se extendió la creencia que la sangre y la grasa de aquellos niños servía como bebedizo para curar a los enfermos de tisis o tuberculosis, vendiéndosela los raptores a las personas ricas aquejadas de dicha enfermedad. La realidad es que la tuberculosis fue una de las enfermedades infecciosas que más vidas se llevó por delante desde el último cuarto del siglo XIX hasta bien pasada la posguerra. Aquello sí que fue una gran epidemia, al menos así ocurrió en Malpartida de Cáceres; una terrible y temida enfermedad que dejó mermadas a infinidad de familias pues en las casas en la que entraba -daba igual si era de ricos o de pobres- difícil era que no actuase las garras de la muerte. Constituyó este periodo por tal motivo un caldo de cultivo propicio para estas supercherías, siendo el Hombre del Saco y el Tío del Sebo -llamados en otros lugares Sacamantecas- célebres representaciones de aquellos miedos.

Pariente de los anteriores fue, sin duda, el Tío Camuñas, personaje que existió en la realidad. Su nombre fue Francisco Sánchez 'Francisquete' y era natural del pueblo toledano de Camuñas -de ahí su apodo-. Fue guerrillero en tiempos de la Guerra de la Independencia, habiendo padecido tanto él, su familia como sus paisanos los abusos y crímenes del ejército francés, por lo que llegó a jurar no comer, ni beber, ni dormir hasta vengar las afrentas recibidas, emprendiendo acciones que por su saña causaron el terror entre los soldados de Napoleón quienes huían despavoridos con sólo escuchar su nombre. Convertido en leyenda, no sabemos cuándo Francisquete se convirtió en el 'Tío Camuñas' que asusta a los niños, pero lo que sí es cierto es que para el imaginario infantil se ocultaba en los tejados y sobraos de las casas, desde donde baja para meter en vereda a los que no se portan bien. Tal es así que yo mismo puedo dar testimonio de su existencia. Sucedió en el conocido Palacio Topete cuando allí vivía nuestra tía-abuela María Juana, hace muchos años. Era muy pequeño y correteaba con mis primos por todo el caserón jugando al escondite con gran algarabía, siendo nuestro refugio preferido lo alto de una pila de sacos de trigo -como casa de agricultores que era- depositada en el amplio zaguán. De pronto, oímos ruidos de alguien que bajaba las escaleras, diciendo con misteriosa y profunda voz: «Soy el tío Camuñas»; venía arropado y con el rostro oculto por una espesa manta parda. Sólo lo vimos asomarse, pero el sobresalto fue tal que nos lanzamos atropelladamente de la pila de sacos y salimos huyendo como almas que lleva el diablo.

Finalmente, al mismo linaje pertenecen las célebres Marimantas, que sembraron el pánico entre chicos y grandes durante muchos años de la historia malpartideña. En un pueblo a oscuras o escasamente iluminado, -recordemos que hasta 1927 no llegó el alumbrado público-, cualquier calleja, camino o rinconada era lugar perfecto en el imperio de la noche para realizar actos ilícitos. Las Marimantas eran generalmente hombres o mujeres que salían de noche, cubiertos con mantas, envueltos en sábanas o embozados en capas y percales que impedían el paso a las personas que transitaban por sitios no deseados. El motivo era, normalmente, cubrir las espaldas de algún compañero mientras éste ejecutaba acciones pocos lícitas, por ejemplo, juntarse con algún querido o querida, el mantenimiento de citas de tinte homosexual o asustar a alguien con el que se mantenía algún litigio, pleito o disputa. En las noches de Marimantas solía haber ajustes de cuentas, amenazas y percances que asustaban mucho a la gente de bien, pues su aparición presagiaba que algo malo iba a pasar. Fue en tiempos de la I República, hacia 1873, dada la inseguridad política del país, cuando la población malpartideña vivió extremadamente amedrentada y alarmada por los frecuentes conatos con robos y la irrupción a altas horas de la madrugada de individuos desconocidos disfrazados de Marimantas. Hasta tal punto fue esto así que el ayuntamiento de aquel entonces presidido por su alcalde D. Luis Jiménez Higuero llegó a crear el primer cuerpo de policía municipal, cuyos números, armados de sable corto y pistola, fueron los encargados de mantener el orden en colaboración con patrullas de vecinos honrados. Las últimas Marimantas que se recuerdan se vieron por los años cuarenta o principio de los cincuenta del pasado siglo.

Hasta aquí la historia de esta peculiar familia de aterradores sujetos que contó en Malpartida con más ejemplares: la Mano Negra, los duendes, tía Santa, las Ánimas…, incluso la Nefer, pero esos otros seres serán ya materia de otros capítulos.

Reporta un error en esta noticia

* Campos obligatorios